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Revista de Geografía • Número 19 • Año 2014 • Vol. XVIII • ISSN 1514-1942 • San Juan - Argentina
MEMORIA E IMAGINARIO DE LA CIUDAD DE
SAN JUAN DE LA FRONTERA (1562-1830)
[ FECHA ENTREGA.12/05/2014 - FECHA APROBADO 22/05/2014 ]
Ana T. Fanchin
Instituto de Geografía Aplicada – Departamento de Historia de la UNSJ
anatfanchin@yahoo.com.ar
Patricia Sánchez
Instituto de Geografía Aplicada – Departamento de Geografía y Departamento de Historia de la UNSJ
patriciansanchez@live.com.ar
La ciudad de San Juan de la Frontera fue reconstruida en
1944, después de un devastador terremoto. Ese hecho
no sólo arrasó con las edicaciones, sino con la memoria
colectiva de su pasado colonial y de los primeros años
patrios. Por eso, en este artículo procuramos esclarecer
sobre ese pasado, considerando los condicionantes na-
turales que incidieron en el proceso de urbanización y el
The city of San Juan de la Frontera was rebuilt in 1944
after a devastating earthquake. This fact not only razed
the buildings, but with the collective memory of its co-
lonial past and the early patriotic. So in this article we
seek to shed light on the past, considering the natural
constraints that inuenced the process of urbanization
imaginario urbano
1
originado por el uso y apropiación
cotidiana del espacio por parte de sus actores sociales,
espacio donde las relaciones y las prácticas socio-cultu-
rales contribuyeron a forjar su identidad.
Palabras claves: Historia Urbana- Medio Natural -Me-
moria- Imaginario-Sociedad-
1. RESUMEN
2. ABSTRACT
3. INTRODUCCIÓN
and urban imaginary caused by everyday use and appro-
priation of space by its social actors, space where rela-
tionships and practices sociocultural helped shape their
identity.
Key words: *Urban history *Natural medium *Environ-
ment *Memory *Society
Al observar un plano actual de la ciudad de San Juan se
puede apreciar con claridad el predominio del modelo
reticular, el cual se corresponde con el típico diseño de
dominación de la época de la conquista hispana del te-
rritorio. Este plano, aunque con notable variación en sus
dimensiones, es semejante en su traza al confeccionado
en el momento fundacional. Sin embargo, la historia de
esta ciudad en particular no tuvo un desarrollo regular
ni uniforme en su ocupación. Su estructura física y el
imaginario urbano habrían de variar en razón de las
condiciones y fenómenos naturales que le afectaron, de
acuerdo a las distintas circunstancias vitales de sus habi-
tantes, como así también, respecto a la manera en que
ésta fue recreada y representada por sus actores sociales.
El hecho más signicativo que denió su estructura ac-
tual fue consecuente con la devastación causada por el
sismo de 1944, cuando se debió proceder a la recons-
trucción de la ciudad. Ese proyecto urbanístico, además
de contemplar criterios adecuados de construcción sis-
mo resistente, se adscribía en la concepción propia de
una época y que otorgaría a la ciudad la calicación
de ser “la más moderna del paísâ€, un carisma que hoy
resulta poco apropiado. Este último juicio lleva implícito
una serie de factores que inciden en la denición de lo
urbano, tanto desde un punto de vista estructural, fun-
cional y desde los signicados que le han conferido sus
habitantes, cuestiones que han variado en relación al
tiempo histórico. El sentido de lo urbano se ha modi-
1 El imaginario urbano es una representación psico-socio-cultural y simbólica, que puede ser de manera individual o colectiva, y que se
origina principalmente en el uso y apropiación cotidiana de cualquier tipo de espacio. Y es a partir de estos, donde se crean puntos de
referencia, sitios donde las relaciones y las prácticas socio-culturales se intensican y donde surge una identidad individual o colectiva, local
o regional, es decir un punto donde se establecen raíces y se crean redes sociales. (García Canclini, Néstor: 2005) .
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cado en estos últimos sesenta años, más aún si pensa-
mos en los cuatrocientos años que le precedieron. Ese
fue el interés esencial que nos motivó a emprender un
estudio de esta ciudad en particular, y en esta ocasión
2 La estructura y funcionalidad de la ciudad fue abordado en un proyecto de investigación de mayor alcance, desarrollado en el Instituto
de Geografía Aplicada y subsidiado por CICITCA (Fanchin, A. y Sánchez, P., 2001, “La Ciudad de San Juan desde sus orígenes hasta media-
dos del Siglo XX†En: López, M.I., Formulación de un Programa de Desarrollo Urbano para el Gran San Juan, IGA-FFHA).
3 Archivo General de Indias, Audiencia de Chile, Legajo 107, “Petición del Cabildo de San Juan de la Frontera-10 de marzo de 1702â€
Figura Nº 1: Plano Fundacional de la ciudad de San Juan
nos referiremos a sus primeros tiempos, hasta los inicios
de la época patria
2
, intentando recuperar una memoria
en la cual podamos reconocernos.
Las ciudades europeas fundadas en América tuvieron en
su origen un carácter semejante, luego se denieron sus
diferencias según la localización geográca e inserción
en el sistema económico colonial. De acuerdo a la tipo-
logía propuesta por José Luis Romero (1976, pp. 47/68),
ésta fue una ciudad de frontera y su nombre ya lo pre-
cisaba. San Juan de la Frontera, fundada en la margen
derecha del río en 1562, recibió esa denominación por
el santo patrono de su fundador y por delimitar con “los
indios enemigos de la parte del norte y los del Valle de
Calchaquí
3
†.
Ante la difundida opinión de que en los hechos de con-
quista suele primar una disparidad entre las leyes y la
práctica, nos preguntábamos hasta qué punto esta ciu-
dad se materializó de acuerdo a la planicación inicial y
si esta planicación fue producto de un imaginario que
lejos de querer reejar la realidad, lo que buscaba era
proyectar un deseo, un símbolo.
3.1. Planicación y representación de la ciudad colonial
Si bien el diseño del plano fundacional sirvió de base
para estudios precedentes, esa representación se distan-
ciaba de la realidad develada a la luz de los documentos
que consultábamos, tales como: transferencia de pro-
piedades, descripciones en actas, bandos de gobierno,
o testimonios judiciales que describen con profusión los
lugares donde sucedió algún acto delictivo. Aunque,
para los historiadores formados en marcos positivistas
resulte difícil admitirlo, este tipo de fuente constituye
un estereotipo de un proyecto de futura urbanización
4
. Entonces, como nuestro propósito era reconstruir lo
existente, debimos enfrentar varios desafíos como la im-
precisión y perecederas denominaciones de los sitios, o
la equiparación de unidades de medida empleadas con
las actuales.
La ciudad tenía su centro, sede de las instituciones ci-
viles y religiosas, y un área de inuencia o ámbito ju-
risdiccional sin límites precisos, los cuales recién serían
establecidos en el siglo XIX. Además de la traza urbana
especíca, se contemplaban los ejidos que eran zonas
resguardadas para sucesivas ampliaciones urbanas, las
dehesas como áreas de utilización ganadera y las tierras
de producción agrícola (Calvo y Gutiérrez: 1999).
En ella convivían diferentes grupos étnicos, tanto es-
pañoles como mestizos que ejercía el poder político y
económico como grupos subalternos –indios, negros y
mulatos- por cuanto cumplían funciones de servicio.
El trazado de la ciudad respondió al modelo de cuadrí-
cula, disposición geométrica que simbolizaba la volun-
tad imperial de dominación y la necesidad burocrática
de imponer el orden y la simetría (Richard Morse, 1990,
p.17). Ello puede apreciarse en el plano de repartimien-
to fundacional, constituido por un cuadrado de cinco
manzanas por lado y veinticinco en total. Cada manza-
na se hallaba dividida por dos ejes perpendiculares, en
cuatro solares iguales. En los cuatro extremos quedaron
los sitios previstos para la Iglesia y Convento de Santo
Domingo, San Francisco y La Merced, y los hospitales de
españoles y naturales.
El área central había sido reservada para la Plaza Ma-
yor o de Armas, donde se había perpetuado el acto
de fundación y se distribuyeron en sus alrededores los
solares para edicios públicos, templos y viviendas de
los primeros colonizadores. Las manzanas circundantes
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4 Esta apreciación concuerda con la armación de Benedict Anderson (1993, p. 242) de que el mapa más que una abstracción cientíca
que muestra algo que ya existe, es una creación anticipada de la realidad espacial.
5 Los Jufré, patronímico que aún perdura en la ciudad, son descendientes de Diego –hermano del fundador de la ciudad (dato aportado
por Guillermo Collado Madcur, presidente del Centro de Genealogía de San Juan).
6 Recordemos que San Juan formaba parte del Corregimiento de Cuyo, y por ser la ciudad de Mendoza capital del mismo, el camino Real
que conectaba con Santiago de Chile desembocaba allí, y por ello la mayoría de los escritos se reeren a esa ciudad.
3.2. La ciudad vista a través del imaginario urbano y otras fuentes
fueron destinadas para la Iglesia Matriz que entonces
fue puesta bajo la advocación de San Pedro y otra para
el Cabildo y la Cárcel.
Esta distribución en el plano se vería alterada en su ma-
terialización porque los integrantes de la hueste con-
quistadora que recibieron solares en premio a los servi-
cios prestados a la Corona, no establecieron residencia
denitiva en esos sitios. El fundador, Juan Jufré
5
, así
como también gran parte de sus acompañantes habían
recibido tierras y encomiendas en mérito a sus hazañas
anteriores y se habían alejado de San Juan para hacerse
cargo de estos benecios. Nuevos pobladores y descen-
dientes de aquellos primeros conquistadores se aan-
zaron en este terruño cimentando la formación de la
elite local.
Con respecto a conventos y hospitales previstos en el
plano, no se instalaron en los sitios asignados ni tampo-
co con la prontitud esperada. Si bien la evangelización
se inició desde un comienzo, el establecimiento de ór-
denes conventuales o colegios y hospitales que usual-
mente estaban a cargo de religiosos, requería fuertes
erogaciones para su instalación y mantenimiento.
Esta fuente de riqueza era provista por particulares que
efectuaban donaciones en carácter de obras piadosas,
a cambio de misas y oraciones por su alma. Otras fuen-
tes de recursos eran las capellanías y las herencias de los
religiosos que integraban la congregación. El dinero así
recaudado era invertido en la compra de propiedades,
o entregado a personas distinguidas y solventes bajo la
categoría de “censos redimibles†que eran préstamos a
largo plazo. En dicha contratación se estipulaba un 5%
de interés anual y la hipoteca de sus propiedades, que
en muchos casos pasaron a patrimonio de la iglesia por
incumplimiento de los términos.
En denitiva, el establecimiento de dichas instituciones
eclesiásticas era impracticable en las condiciones mate-
riales de la incipiente ciudad. Por ello, al efectuarse el
traslado de la ciudad, en 1593, como consecuencia de
una inundación, se mantuvo la traza reticular pero se al-
teró el destino original de algunos solares. De tal modo,
el Cabildo fue establecido al este con frente hacia la
plaza (actual avenida José Ignacio de la Roza y General
Acha) y la Iglesia Matriz, Santa Ana desde mediados del
Siglo XVII (hoy Galería Estornell).
Esta vez, los predios para hospitales no fueron contem-
plados, ya que por cierto, no existen evidencias sobre su
funcionamiento, pero la iniciativa concuerda con el mo-
delo vigente de las dos repúblicas y corrobora su endeble
aplicación en el curso de los acontecimientos coloniales.
De igual modo para el Convento de San Francisco, cuya
orden recién se estableció en la provincia temporalmen-
te en 1768 (Verdaguer, 1929, p. 184). El Convento de
Santo Domingo, fue el primero en establecerse en 1590,
con el traslado de la ciudad pasó a ocupar la manzana
del NO a una cuadra de la plaza. Los agustinos, estable-
cidos más tarde, construyeron su residencia y convento
en terrenos donados por Gabriel de Urquizu a dos cua-
dras al oeste de la plaza; y enfrente de ésta, desde 1712,
estuvo la Iglesia San José y residencia de la Compañía de
Jesús (sitio de la actual Catedral).
El solar destinado para el Convento de la Merced se
localizaba a una cuadra al sur este de la plaza (en la
manzana de Mitre, Tucumán, Santa Fe y Av. Rioja), al
instalarse la orden en 1596. Sin embargo, permaneció
inhabilitado durante el siglo XVII (Verdaguer, pp. 45/46)
y a mediados del XVIII revestía el carácter de hospicio
con tan solo dos o tres religiosos (Videla, 1969, p.215).
Más tarde, el claustro logró reponerse y hacia 1810 su
templo se destacaba arquitectónicamente del conjunto
por su importante fachada y cuerpo de tres naves.
De todos modos, a pesar de las vicisitudes que alteraron
la instalación de algunas instituciones, da la impresión
que el diseño del plano fundacional permanecería in-
demne después del traslado de la ciudad al sitio deniti-
vo. Y en tal caso, se reproducirían las cuadras en blanco
e incompletas que se pueden visualizar en sus cuatro
costados, pues, son insinuantes de una ambición expan-
siva regular y compacta. Cabe preguntarnos entonces,
si esas expectativas se alcanzaron, o de lo contrario, qué
causas las harían impracticables.
Escasas descripciones se preservan de los primeros tiem-
pos de la ciudad, incluso cuando éstas comienzan a ser
más prolícas a principios del siglo XIX en los escritos
de viajeros
6
. Ahora bien, si nos detenemos en las fuen-
tes coloniales, estas hacen referencia a que el ámbito
propiamente citadino estaba delimitado por “murosâ€.
Esa “ciudad amurada†en realidad era una representa-
ción simbólica de espacios diferenciados por la calidad
y condición de sus habitantes, cimentada en la diferen-
ciación de las repúblicas fundacionales. De esa frontera
imaginaria de la ocupación intraurbana no hay ninguna
evidencia que conrme la existencia de construcciones
pág. 20
feudatarias en sus contornos, pero los textos de épo-
ca no dejan dudas acerca de su trazado simbólico
7
.
Sin embargo, esas referencias a la ciudad “amuradaâ€,
distinguiendo áreas de “extramurosâ€, no signica que
en su contorno se hayan construido murallas, sino más
bien, con esta expresión se distinguía al centro de poder
político religioso. Además, tenía una connotación social
ya que allí sólo tendrían su residencia quienes revestían
la condición de “vecinosâ€, es decir, quienes disponían
de patrimonio y podían acceder a cargos públicos.
Por otra parte si consideramos las apreciaciones más
conocidas de los cronistas de época, a comienzos del
siglo XVII expresaban que la ciudad mostraba una ima-
gen desoladora, además de las edicaciones públicas,
sólo 23 ó 24 casas de adobe y techos de paja completa-
ban el conjunto (Espejo, 1954: 43-44, Verdaguer, 1929:
238-239). Cien años más tarde, después de sufrir los
embates de la aguda crisis nisecular, alrededor de 150
vecinos residían en la jurisdicción. Este reducido núcleo
urbano, menos de 1000 habitantes
8
, incluía casas de
vivienda y sus correspondientes chacras y huertas, de
una supercie de 1 ó 2 cuadras atravesadas por ace-
quias que aseguraban su regadío.
Este imaginario construido y transmitido en retóricas y
documentos ociales, fue reproducido textualmente por
la historia local, sin tener en cuenta la intencionalidad
que tenían cuando fueron elaborados. En especial, los
intereses por justicar el permanente traslado de nativos
a las minas chilenas, y a nes del siglo XVII, la insisten-
te recurrencia de los vecinos en comunicar sus padeci-
mientos a las autoridades, en un momento en el cual el
rigor de las normas impositivas gravaba con valores altos
el comercio de vinos y aguardientes. Por otra parte, los
juicios de valor sobre pobreza y bienestar emitidos por
la historiografía resultan poco relevantes por basarse en
patrones extemporáneos.
Ahora bien, aunque el estado de las investigaciones no
proporciona datos ables sobre el número de habitan-
tes, algunos indicadores muestran que a comienzos del
setecientos la ciudad comenzaba una etapa de creci-
miento
9
. Es notorio el mayor dinamismo del mercado
de tierras, aumentando la división de terrenos y forma-
ción de barrios interurbanos. Al mismo tiempo, se habi-
litaron nuevas calles y acequias, modicándose algunas
trazas sin respetar el clásico modelo reticular. La instala-
ción espontánea en los lindes de extramuros dio origen
a otros barrios, aglutinados en torno a las capillas que se
identicaron con sus respectivas advocaciones.
Este proceso ocupacional se fue produciendo en forma
irregular, sin respetar en muchos casos el prototipo de
cuadrícula original; ni tampoco manteniendo un creci-
miento continuo al núcleo, sino que emergieron asen-
tamientos poblacionales dispersos donde se instalarían
oratorios en casas particulares, y luego, por aumento
del vecindario se los ascendería a la categoría de capilla,
más tarde, en el siglo XIX, al rango parroquial. Las refe-
rencias de esta ocupación han sido recogidas de diversa
documentación, entre ella, juicios sucesorios, testamen-
tos, inventarios de particulares, ventas y escrituración de
propiedades. Sobre esta base se ha elaborado el cro-
quis exhibido, donde además puede apreciarse la red de
vías de comunicación que conuyen en el núcleo de la
ciudad. En torno a dichas arterias se emplazaban pro-
piedades agrícolas, espacios baldíos y pulperías.
La ampliación ocupacional del actual espacio capitalino,
si bien era desordenada en comparación con el diseño
central y con discontinuidad temporal, estuvo limitada
por condicionantes naturales que aún no podían ser
controlados. Por consiguiente, no todas las zonas aleda-
ñas al núcleo manifestaron un comportamiento receptor
equivalente según el análisis de testimonios expuestos
en actas capitulares, cartas notariales, juicios patrimo-
niales o demandas por distribución de agua (AGP, Serie
Tribunales y APJ).
Alrededor de 1720 se habían establecido familias en el
extremo sur del núcleo, dando origen al “Barrio de San
Clemente†con clara alusión al oratorio instalado en ho-
nor a dicho Santo. Treinta años después se había con-
cretado una proyección hacia el este-B° Valdivia- y hacia
el sur de un cuarto de legua y el ancho de la ciudad en
ese costado alcanzaba veinte cuadras
10
. Al nalizar el
siglo, sus habitantes contaban con dos capillas, el viejo
oratorio había sido elevado a esa categoría con una im-
portante edicación y otra, la de la Santísima Trinidad
establecida en 1750 que se localizaba en la intersección
de las actuales calles Abraham Tapia y Saturnino Sarassa
(Chena de Maurín, M.E., 1996, p 151). No obstante,
habían llegado al confín de la expansión posible en ese
sector ya que se trata del área de descarga de auentes
hídricos de la ciudad y por la carencia de drenajes se
sucedía un ambiente de ciénaga.
Entre esos barriales se hallaba el camino de ingreso a la
ciudad, era el que conectaba con Mendoza y Chile. El
punto de referencia, que indicaba el portal de la ciudad
a los viajeros era la Cruz de San Clemente, situada a la
altura de la actual plaza de Trinidad (Ver g. 2).
7 Recién a comienzos del siglo XIX, durante la gobernación intendencia de San Martín, se ordenó el espacio urbano jando sus límites me-
diante cuatro avenidas que diseñaban una perfecta cuadrícula urbana. Más tarde, en virtud del plan vial 1938-47 (AGP, Serie Misceláneas.
C.48-D.10) fue diseñada la avenida de circunvalación, especie de cinturón urbano que fue concluido por etapas y que en la actualidad ha
sido rebasado ampliamente por el crecimiento urbanístico (Fanchin y Sánchez: 2001).
8 Archivo General de Indias (en adelante A.G.I.), Audiencia de Chile, Legajo 107 “Petición del Cabildo de San Juan de la Fronteraâ€, Apud,
VIDELA, H.oracio (1962) Historia de San Juan. T. I.
9 El número de acontecimientos vitales denotaba un aumento, como también la participación de migrantes en el mercado matrimonial y
en transacciones de propiedades.
10 Archivo General de la Provincia de San Juan (en adelante A.G.P), Fondo Tribunales, Caja 9, Carpeta 43, Doc.6.
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11 Esta propiedad había pertenecido a Don José Godoy, y por transferencia hecha a su hijo Juan de Dios de la orden de Predicadores a
del siglo XVIII, la misma pasó a formar parte del patrimonio de dicha orden dominica (Archivo de Córdoba, Escribanía, Leg. 80, fs. 113/115,
169, 280/282). Es rememorada en la historia local porque allí, en 1841, se encontraban apostadas las tropas del Gral. Benavides cuando
sorpresivamente fueron atacadas por las fuerzas del Gral. Acha.
12 Ibídem. cita 5.
Si se compara la traza del plano fundacional con el ex-
puesto que representa el sector sur de la ciudad, resulta
evidente que el diseño ordenado en cuadrícula se des-
articula después de la tercera cuadra. Además, las ace-
quias no atravesaban las manzanas sino que bordeaban
las calles, por esa razón abundan las denuncias efec-
tuadas por los vecinos cada vez que éstas se anegaban
con basuras perjudicando el tránsito. A dos cuadras
de distancia de la plaza las viviendas se hallaban cada
vez más aisladas y a las tradicionales huertas de fruta-
les se añadían plantaciones de alfalfa. Siguiendo al sur
de la Cruz de San Clemente se hallaba la estancia de
“La Chacarillaâ€
11
que era atravesada por el carril que
ligaba a la ciudad con Mendoza y Chile. Pero no serían
sus instalaciones lo primero que verían los transeúntes
porque varias propiedades con cultivos se distribuían a
los contornos del camino antes de llegar a ella. También,
un horno de ladrillos y hacia el oeste, los molinos de
José y María Ignacia Godoy. De todos modos, la Cruz
de San Clemente marcaba el comienzo de la ciudad y
cinco cuadras antes de llegar a la plaza el camino se
bifurcaba. La disposición de estas dos arterias habría de
evitar el aislamiento de los habitantes, pues, la acequia
que irrigaba su centro se anegaba regularmente y obsta-
culizaba el tránsito. A mediados del siglo XVIII se habría
modicado la traza de este cauce
12
, que hasta entonces
cruzaba por el medio de la plaza, desplazándola hacia
el costado de la calle del Cabildo y aunque esto no re-
solvería el problema de las anegaciones, cuando éstas se
producían el tránsito se dirigía por la calle de Santa Ana
(actual calle Mendoza).
Figura 2: Plano del área sur de
la ciudad de San Juan-1792.
Fuente: Elaboración propia so-
bre la base de plano original, en
Archivo Histórico de Córdoba,
Tribunales, Escribanía 2, Legajo
80, ff. 112/ 288.
La zona sur, que aparece en el plano expuesto, muestra
con claridad la conguración de estos asentamientos,
que estaban rodeados con huertas, molinos y alfalfa-
res diseminados entre las viviendas. Además, conrma
la carencia de cuadrículas y de acequias atravesándolas,
pues estas circundaban los caminos laterales de las mis-
mas. Algo similar debía suceder con respecto al este,
donde se localizaba el Barrio de la Chirquilla, con carác-
ter marginal por la calidad de sus suelos y la cataloga-
ción social de las personas que lo habitaron.
pág. 22
Esas discontinuidades se manifestaban también hacia el
norte, enfrente de la plaza estaban los terrenos de los
Jofré –descendientes del fundador de la ciudad-, que
emparentados con los Sanchez de Loria y los Oro, te-
nían allí casa de morada y bodega (Fanchin, A., 2014:
185), seguía a continuación de los fondos de ese par de
cuadras que ocupaban un caserío que por estar en las
inmediaciones del convento de los dominicos se le lla-
maba barrio de Santo Domingo y tan solo a unas dos ó
tres cuadras se sucedía un descampado que, como solía
denominarse entonces a los terrenos baldíos o yermos,
se lo identicó por mucho tiempo como la “pampaâ€
de San Pantaleón
13
. En esos terrenos, a comienzos del
siglo XIX se fue organizando un “barrio†con esa deno-
minación.
Así, continuando el recorrido hacia el norte –a unas diez
cuadras desde la plaza mayor- se aglutinaban viviendas y
huertas, era el ámbito del “Pueblo Viejoâ€, donde estaba
13 AGP, Fondo Tribunales, Caja 20, Carpeta 83, Doc. 11.
14 Sobre este tema, en particular con referencia a los inconvenientes ocasionados por el avance de las aguas por un antiguo cauce uvial,
ha sido tratado en la investigación correspondiente del Proyecto “Geografía del Departamento Chimbas†(1991) en el marco del Programa
Geografía de la provincia de San Juan a través de estudios departamentales del IGA.
bastante poblado a pesar de que persistía la amenaza
de inundaciones que otrora motivaran el traslado de la
ciudad
14
.
A pocas cuadras de la plaza mayor, hacia el noroeste
se congregó el barrio del Carrascal; y un poco más dis-
tantes, los de la Alameda, Ãrbol Verde, Santa Bárbara
y Desamparados. Este último, era el caserío en torno
de una capilla jesuítica instalada allí y precisamente por
hallarse en terrenos de la conocida hacienda de Puyu-
ta perteneciente a la Compañía, adoptó indistinta de-
nominación (López, 2001: 234-235). Esta zona era la
principal área agrícola que abastecía a la ciudad por la
calidad de los suelos y red de riego (Fanchin y Burgues,
1987). De todos modos, la complementariedad entre
lo urbano y lo rural era tan estrecha entonces que en
cualquier sitio poblado, aún en las proximidades de la
plaza, los cultivos circundaban a las viviendas.
Figura 3: Plano de la ciudad de
San Juan -Siglo XVIII-
Fuente: Elaborado por el Lic.
Hugo Tejada para la Tesis de
Maestría; Sánchez, Patricia
“Mujer y Género en San Juan
durante la primera mitad del
siglo XIX “. Pág. 41, 2013.
3.3. La imagen de la ciudad a nes de la colonia y principios de la época patria
Los barrios emergentes a nes del siglo XVIII, con mayor
profusión en las últimas décadas, fueron resultantes de
la parcelación y transferencia de propiedades. Distintos
factores incidieron en ello, las variaciones en el cauce u-
vial-propios de un río alimentado de deshielos cordillera-
nos- que habilitaron el uso de terrenos, la exigencia de
la presentación de títulos por parte de las autoridades,
pero también vinculado con esta última causa, el afán
de mejorar la estética de la ciudad y la imagen que de
ella se tenía. Lo cierto que en este dinámico mercado de
tierras participaron otros sectores sociales, que habían
estado anteriormente relegados, como mestizos, indios
y mulatos (Fanchin, 2007: 5). Aunque, esta posibilidad
de acceso a la tierra, se daría en áreas de extramuros, ya
que el plan de mejoramiento urbano relegaba a grupos
marginales a las afueras del núcleo de la ciudad.
La idea de delimitar el área urbana constituyó una cons-
tante que habría de concretarse en el primer gobierno
patrio. En efecto las autoridades de este momento el
gobernador intendente de Cuyo General Don José de
San Martín y sus Lugartenientes de San Juan y Mendo-
za, Dr. José Ignacio de la Roza y Don Toribio de Luzuria-
ga, al compartir un proyecto de liberación de manera
metódica y coordinada emprendieron acciones en las
A. FANCHIN - P. SÃNCHEZ | MEMORIA E IMAGINARIO DE LA CIUDAD DE SAN JUAN DE LA FRONTERA (1562-1830)... P P. 17-24
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15 En esa ocasión, el torrente penetró en la ciudad por la calle de San Agustín (hoy Mitre) y destruyó los templos de San José, San Agustín
y Santa Ana y la mayoría de las casas particulares se derrumbaron ocasionando un gran número de víctimas (D. Hudson, 1932) y la pobla-
ción debió abocarse a la reconstrucción de sus viviendas y cultivos. Acerca de la remodelación de la Iglesia Matríz de la ciudad, San José,
nos aporta información D.F. Sarmiento en Recuerdos de Provincia, ya que la obra fue diseñada por su tío Fray Justo Santa María de Oro,
primer Obispo de la sede Arzobispal de Cuyo.
ciudades cuyanas en procura de alcanzar este objetivo.
De esta manera al mismo tiempo que canalizaban sus
esfuerzos para colaborar con el Gobernador en los pla-
nes emancipadores, se abocaron a mejorar la estética
de la ciudad, ordenar y reglamentar los comportamien-
tos de la población. Esto contribuiría al logro de uno de
los principales propósitos planteados, la necesidad de
preservar la salud de la población como único modo de
asegurar el abastecimiento de fuerzas armadas y recur-
sos productivos.
La situación que se vivía dominada por la incertidumbre
y el dilema, propio de un contexto de guerra, contribu-
yó para que el espacio de la ciudad se tornara en el el
reejo del fenómeno social que se vivía. Así se fue mo-
dicando su sonomía, su imagen y el uso social de los
lugares que la caracterizaban. Un ejemplo fue la plaza
pública en la cual se comenzaron a realizar reclutamien-
tos de milicias de manera regular, o bien algunos de los
conventos, como el de los padres agustinos y dominicos,
los cuales se fueron convirtiendo en cuarteles generales
(A.. Landa, 1940, T.I., p. 39).
La estructura urbana, en estos momentos fue denida al
enmarcarse su núcleo, mediante el trazado de las cua-
tro avenidas conocidas como las calles anchas. En 1812
el Cabildo proyectó durante el Gobierno de Saturnino
Sarassa, el ensanche del radio urbano dotando a la ciu-
dad de las cuatro avenidas y José Ignacio de la Roza lo
materializó. Esta delimitación de la cuadrícula entre las
“calles anchas†del norte (25 de mayo), oeste (Salta),
sur (9 de julio) y este (Av. Rawson) ha perdurado a tra-
vés del tiempo. Si bien hasta 1942, fueron consideradas
estas arterias por las normativas del régimen municipal
como límites del ámbito capitalino, aún hoy perdura en
el imaginario colectivo la idea de que esos son los límites
que siguen rodeando por excelencia el centro urbano.
Esto es así porque los imaginarios expresan supuestos
que no se cuestionan, se supone que existen, son asu-
midos por sus habitantes como “naturalesâ€, integrados
y entrelazados en el sentido común (Lindon, 2007:9).
El trazado de las vías de comunicación era importante
tanto para ordenar el espacio como para garantizar el
acceso a la ciudad, el cual regularmente se obstaculiza-
ba por la presencia de terrenos anegados que afectaban
el tránsito hasta que, en siglo siguiente a partir de 1910,
se construyeron los drenajes que permitieron ampliar la
ocupación.
La inuencia francesa se reejó en diversos órdenes, en
esta ocasión importa resaltar los criterios ambientalistas
que afectaron a la estética urbana. Prueba de ello, es
la habilitación de paseos y forestación de lugares públi-
cos, dando origen a las típicas alamedas que adornaban
las ciudades de entonces. En este sentido en 1816 se
construyó el primer paseo de la ciudad conocido como
Paseo de la Pirámide en conmemoración de la indepen-
dencia argentina y también una Alameda sobre la actual
Avda. Las Heras, utilizando para su construcción peones
“españoles y extranjerosâ€. (Landa, T.II, 1949: 225)
Con posterioridad el gobernador Salvador María del Ca-
rril (1823-1825), continúo la obra iniciada por el Teniente
Gobernador de la Roza con respecto al mantenimiento
de las cuatro calles anchas, la apertura de otras nuevas
y la creación y reparación de paseos públicos. Así suce-
dió con la Alameda, paseo que en estos años había sido
dañado por la gran inundación de 1834, para lo cual
fue designado el ciudadano Juan Ferreyra como “Inten-
dente de la Alameda†para que se encargara de su re-
paración. En tal carácter, este funcionario encomendó al
inspector de policía de entonces la provisión de presos y
herramientas necesarias para realizar las obras de remo-
delación (AGP. Fondo H. L 154 F. 313. 1834).
Otras obras destacadas que se llevaron a la práctica fue-
ron el cierre de terrenos baldíos que circundaban la pla-
za, la construcción de aceras de laja y la erradicación de-
nitiva de los enterratorios del área urbanizada, ya que
estos se encontraban conexos a parroquias, capillas y
oratorios. Con respecto a esto último, en el siglo XVIII se
había tomado conciencia en las grandes urbes europeas
y americanas, sobre la necesidad de habilitar cemente-
rios en lugares distantes de los centros poblados. En San
Juan esa idea se materializaría años más tarde en 1830,
al disponerse la habilitación del Cementerio Municipal
en el sitio que se halla actualmente y donde antes fun-
cionara el hospital San Juan de Dios. La destrucción de
dos importantes necrópolis de la ciudad, Santa Ana y
San Agustín durante la inundación de 1834
15
, motivó
la reanudación de las tramitaciones para hacer efectiva
aquella medida y tres años más tarde dicho nosocomio
fue trasladado al predio de San Pantaleón (Verdaguer,
1929: 477).
El lugar donde se estableció el cementerio era reconoci-
do desde tiempos coloniales como Santa Bárbara, por la
capilla homónima edicada en 1753, cuya presencia nos
induce a suponer que contaba con una larga tradición
de enterratorio (A. Fanchin y P. Sánchez, 1998).
También por esos tiempos, década de 1830, se habilitó
otro paseo público en la calle ancha del este (hoy Avda.
Rawson) donde se plantaron dos las de carolinos alter-
nados con naranjos. Además, se construyó la plaza del
“pueblo viejoâ€, hoy Juan Jufré (Videla, T.III, 1972: 615),
que en la etapa de reconstrucción de la ciudad –a me-
diados del siglo XX- fue revalorizada con un magníco
monumento alusivo a la fundación de la ciudad.
pág. 24
4. CONCLUSIÓN
5. BIBLIOGRAFÃA
La catástrofe de 1944 arrasó con los vestigios materia-
les de la ciudad de San Juan y cubrió con un manto de
olvido los recuerdos transmitidos por sus habitantes de
antaño. Recuperar su memoria signicó un desafío al
observar la distancia y los contrastes entre la planica-
ción inicial, la que quedó representada en el plano fun-
dacional que buscó proyectar una futura urbanización,
y la ciudad que se materializó en la realidad la cual se
caracterizó por una ocupación irregular, sin respetar el
modelo de cuadrícula original. Más tarde en los inicios
de la época patria con el trazado de las cuatro avenidas
conocidas como calles anchas se delimitó el espacio ur-
bano, y a pesar de la expansión de la ciudad, esos límites
perduran hasta hoy en el imaginario urbano de manera
colectiva como los límites naturales del radio urbano.
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